Ernestina de Champourcín Morán de Loredo nació en Vitoria el 10 de julio de 1905 y murió el 27 de marzo de 1999. Era hija de una familia católica y tradicionalista, que le ofreció una esmerada educación (en la que se refuerza el conocimiento y uso de diferentes lenguas) en un ambiente familiar, culto y aristocrático, junto a sus hermanos.
A los 10 años, se trasladó, junto con el resto de la familia, a Madrid, donde fue matriculada en el Colegio del Sagrado Corazón, y recibió preparación por profesores particulares; se examinó como alumna libre de bachillerato en el Instituto Cardenal Cisneros. Su deseo de estudiar en la Universidad se vio truncado debido en parte a la oposición de su padre, pese al apoyo de su madre, dispuesta a acompañarla a las clases, para cumplir con la norma existente para las mujeres menores de edad.
En ese mismo año Ernestina publica en Madrid su obra En silencio y le envía a Juan Ramón Jiménez un ejemplar esperando el juicio y crítica del poeta a su primera obra. Pese a no recibir ninguna contestación, su camino se cruzó con el del admirado poeta y su mujer en La Granja de San Ildefonso. A partir de este casual encuentro surgió entre ambos una amistad que le llevó a considerarlo su mentor, al igual que les sucedió, algo más tarde, a sus compañeros de generación. Es así como entró en contacto con algunos de los integrantes de la Generación del 27: Rafael Alberti, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Pedro Salinas y Vicente Aleixandre.
A partir de 1927, Ernestina comienza una etapa en la que publica en los periódicos (en especial en el Heraldo de Madrid y La Época) casi exclusivamente crítica literaria. En estos artículos publicados antes de la guerra civil trata cuestiones como la naturaleza de la poesía pura y la estética de la “poesía nueva” que trabajaban los jóvenes del 27, grupo del que ella se sentía integrante al compartir la misma concepción de la poesía.
En 1934, Gerardo Diego incluyó poemas de Ernestina de Champourcin en la Antología española, por lo que desde ese momento se la consideró perteneciente a la Generación del 27.
Una de las consecuencias del trabajo de su marido Juan José, como secretario político de Azaña, fue que el matrimonio no tuvo más remedio que abandonar Madrid, iniciando un periplo que les llevó a Valencia, Barcelona y Francia, hasta que, finalmente, en 1939, fueron invitados por el diplomático y escritor mexicano Alfonso Reyes, quien era fundador y director de la Casa de España de México, convirtiendo este país en el lugar definitivo de su exilio.
En 1972 Ernestina regresó a España. La vuelta no fue fácil y tuvo que vivir un nuevo período de adaptación a su propio país, experiencia que hizo surgir en ella sentimientos que reflejó en obras como Primer exilio (1978). Los sentimientos de soledad y de vejez y una invasión de recuerdos de los lugares en los que había estado y las personas con las que había vivido fueron inundando cada uno de sus posteriores poemarios: La pared transparente (1984), Huyeron todas las islas (1988), Los encuentros frustrados (1991), Del vacío y sus dones (1993) y Presencia del pasado (1996).
Su voz poética de mujer se despliega a lo largo de casi un siglo en una tenaz búsqueda de autenticidad, de identidad a través del amor humano, del amor divino, del amor a sí misma ... Una búsqueda que concluye felizmente porque encuentra y nos encuentra, porque nos indica y regala un camino de luz:
Toni Caldera, Pablo Rodríguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario